Et unum hominem, et plures in infinitum, quod quis velit, heredes facere licet - wolno uczynić spadkobiercą i jednego człowieka, i wielu, bez ograniczeń, ilu kto chce.

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hecha con madera de cajón, adosada a la pared, y un gran des-
orden de aparatos de radio, llenos, vacíos, o con el interior a
medio sacar, asomando por la abertura trasera del mueblecito,
lámparas, tubos, tornillos, perillas, enchufes sueltos, cables de
colores, alambre de cobre, revistas y libros técnicos, pinzas y
destornilladores; y que, aun cuando no tomaba partido en el li-
tigio permanente que oponía a Isabel y a su padre, y que su pa-
dre, aunque un poco distante, era más bien amistoso o indife-
rente, y que todas esas cosas misteriosas y coloridas que se en-
treveraban sobre la mesa del garaje no dejaban de tener su
atractivo, él se abstenía de tocarlas, no por miedo a la reacción
de su padre, que sin duda vería con satisfacción su interés, sino
a esa especie de fluido que, tal vez sin darse cuenta, segregaba,
y del que Leto veía los signos por todas partes, como en un te-
rreno se adivina, por indicios imprecisos pero irrefutables, la
presencia segura de la víbora o del escorpión. A esa mesa se lo
imaginaba inclinado, a la luz de una lámpara, manipulando un
destornillador diminuto y, por alguna razón desconocida, abste-
niéndose de responder cuando Isabel venía todas las noches a
golpear a la puerta. Abrí la puerta. Abrí la puerta te digo, decía
Isabel, con tono desesperado, hasta que, dándose por vencida,
se iba por fin a acostar, no sin lloriquear un poco antes de dor-
mirse; y, sin embargo, a la mañana siguiente se levantaba ra-
diosa y cantaba preparando el desayuno, poniendo orden en la
casa o yéndose para la feria. Ese cambio repentino intrigaba a
Leto: ¿era simulado? ¿o eran el tonito desesperado de las no-
ches y el lloriqueo en la cama lo que simulaba? ¿o todo era si-
mulado? ¿o nada? "Y esta mañana cuando, viniendo desde el
resplandor azul y circular de las hornallas de gas, dijo ese ines-
perado El, que sufría tanto, piensa Leto, y yo me puse a escru-
tar su cara sin resultado, la impenetrabilidad venía, precisamen-
te, de la ausencia de simulación. No simula ni cuando canta ni
cuando habla ni cuando se queda callada ni cuando afirma que
está haciendo una cosa y en realidad está haciendo lo contrario.
Vive una existencia plana, en una sola dimensión"  la de su de-
seo, que es deseo de nada, o más bien deseo de que no exista
la contradicción. Y Lopecito, ¿no?, la noche del velorio, apenas
se quedaba sólo con él: Todo le salía bien. Cuando empezó el
corretaje tenía tanto trabajo que me llamó para cederme todo el
Norte de la provincia si quería. Nada nos hubiese impedido ins-
talarnos por mayor, pero a él le gustaba la libertad y, más que
nada, encerrarse a trabajaren el garaje todas las noches. Era un
enamorado de la técnica. Tenía un entusiasmo. Leto lo escucha-
ba, silencioso, diciéndose a cada momento que también el pobre
Lopecito entraba en ese aura de irrealidad con una convicción
que superaba todas las expectativas. Ese universo plano del
que, por razones misteriosas, y sin que ellos lo sospecharan, Le-
to estaba excluido de modo tal que la vacuidad general de sus
actos le era inmediatamente perceptible, parecía inexpugnable
menos por su solidez que por su inconsistencia  difusa, versátil
y omnipresente.
Absorto, como se acostumbra decir, en sus pensamientos o, y
siempre si se quiere, en sus recuerdos, Leto se aleja del árbol,
caminando despacio, en dirección a la bocacalle. Se acaba de
olvidar del Matemático. Como el actor que hace una pirueta en
el escenario y después desaparece en la oscuridad de las bam-
balinas o, mejor, como esas bestias marinas que, indiferentes al
sol que las hace brillar, le muestran, periódico, un lomo lustroso
que se hunde y reaparece a intervalos regulares, unas pocas
imágenes, nítidas y bien dibujadas, lo visitan y lo abandonan.
Distraído, cruza la calle y llega a la vereda de enfrente  y es su
distracción también lo que lo hace efectuar el acto paradójico de
detenerse en la vereda soleada y volverse hacia la esquina que
acaba de abandonar, sabiendo sin darse cuenta de que espera a
alguien o algo, pero sin saber exactamente quién o qué cosa ;
o, mejor, y en rigor de verdad, es su cuerpo el que se vuelve y
se queda esperando  el cuerpo de Leto, ¿no?, esa cosa única y
enteramente exterior que, independientemente de lo que, aden-
tro, se otorga dominio y continuidad, proyecta ahora, sobre las
baldosas grises, una sombra ligeramente más corta que él, el
cuerpo, digo, que, orondo y juvenil, plantado en la mañana, en
la calle principal, le da al mundo la ilusión, o la prueba abusiva,
tal vez, de su existencia.
Con apuro, el Matemático sale del diario. Al verlo, Leto piensa,
todavía, durante una fracción de segundo. "Qué casualidad: el
Matemático", hasta que se acuerda de que han venido caminan-
do juntos desde hace varias cuadras y de que está esperándolo
en la esquina desde hace unos minutos. El Matemático sale de-
recho hacia el centro de la vereda y al comprobar la ausencia de
Leto se para, brusco y desconcertado; pero, haciendo girar la
cabeza, lo divisa en la vereda de enfrente y, retomando un paso
normal y una sonrisa de disculpa, empieza a caminar hacia Leto.
También Leto le sonríe. Y el Matemático piensa: "¿Habría deci-
dido irse? Tal vez se cruzó de vereda para ganar tiempo y aho-
ra, culpable, me sonríe". El tipo de la redacción se puso a mirar
el comunicado desplegado sobre su escritorio sin decidirse a to-
carlo, como si hubiese sido una víbora venenosa. "Me deben te-
ner fichado políticamente", piensa el Matemático. Pero, como un
prestidigitador que hace bailar en el borde de la mesa varios
platos a la vez, su pensamiento se ocupa al mismo tiempo de
Leto, y el Matemático, para demostrar su buena voluntad y que
la tardanza no ha sido culpa suya, se apura un poco, sin lograr
avanzar demasiado sin embargo, ya que el tránsito de la trans-
versal, de doble mano, se demora en la esquina a causa del cru-
ce con la calle principal, obligándolo a pararse un momento en
el cordón de la vereda, sonriéndole a Leto por encima de los au-
tos que avanzan a paso de hombre.
Desde la vereda de enfrente, Leto responde a su sonrisa con
un gesto impreciso: por un lado, quiere mostrar que acepta la
sonrisa de disculpa que descarga su responsabilidad y que, di-
cho sea de paso, ya se está borrando de la cara del Matemático,
pero por el otro trata de no exagerar su efusión para subrayar
que, después de todo, es el Matemático el que le ha chistado en
la calle y se empecina en querer acompañarlo en su caminata.
Pero las señales que manda su cara en dirección del Matemático
se neutralizan y su expresión es incomprensible o, por lo me-
nos, no parece producir ningún efecto en la del Matemático. Le-
to lo mira: ahora, el Matemático ha logrado por fin bajar del
cordón a la calle, pero un auto, que pasa casi rozándolo, le im-
pide avanzar; y cuando lo sortea, el auto se detiene en la esqui- [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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    Fallite fallentes - okłamujcie kłamiących. Owidiusz
    Diligentia comparat divitias - pilność zestawia bogactwa. Cyceron
    Daj mi właściwe słowo i odpowiedni akcent, a poruszę świat. Joseph Conrad
    I brak precedensu jest precedensem. Stanisław Jerzy Lec (pierw. de Tusch - Letz, 1909-1966)
    Ex ante - z przed; zanim; oparte na wcześniejszych założeniach.