Et unum hominem, et plures in infinitum, quod quis velit, heredes facere licet - wolno uczynić spadkobiercą i jednego człowieka, i wielu, bez ograniczeń, ilu kto chce.

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Nunca la alcancé. Todas hemos observado tu amistad con Venters, temblando y temiendo lo
peor. Tú no querrás verle ahorcado ni muerto a tiros, o que le ocurra algo más terrible aún,
como le sucedió a aquel joven gentil que hallaron haciendo el amor a una mormona de Glaze.
Cásate con Tull. Es tu deber, como mujer mormona. Como esposa suya no sentirás el
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Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
arrobamiento de las enamoradas, pero... ¡piensa en el Cielo! Sufre tu cruz, Juana. Las mor-
monas no se casan por lo que puedan hallar en la tierra. En el Cielo hallamos nuestra
recompensa. Recuerda que tu padre descubrió la Fuente Ambarina, edificó todas estas casas,
trajo aquí a los mormones y fue un padre para ellos. ¡Tú eres la hija de Withersteen!
Juana dejó a Mary Brandt y se fue a visitar a otras amigas. Todas la recibieron con la
misma alegre bienvenida que le dispensara aquélla, todas vertieron sobre ella el constreñido
cariño de las mujeres mormonas, y de todas se alejó Juana con los oídos llenos de Tull,
Venters, Lassiter, el deber para con Dios y la gloria del Cielo.
-Verdaderamente -murmuró Juana-, me desconozco a mí misma; después de cuanto
me dicen, no logro cambiar mis ideas... Es más, estoy cada vez más decidida a no variar de
conducta...
Atravesando nuevamente la calle mayor del pueblo,
Juana se dirigió a uno de los amplios prados que había al lado de la calle principal y
entró en un grande y sombreado patio. Crecían allí abundantemente el trébol de suave
fragancia, la alfalfa para el ganado y las legumbres, en feliz consorcio. En caótica confusión
producían allí gran algarabía docenas de criaturas de uno a tres años, niños revoltosos y
rientes niñas, toda una multitud de gente menuda que formaba una sola familia, porque
Collier Brandt, el padre de tan numerosa prole, era un mormón con cuatro mujeres.
La gran casa en que vivían era antigua, sólida y pintoresca; la parte inferior estaba
hecha de troncos enormes; la superior, de tablas y tablones, y por la chimenea de piedra
trepaba la vid. Había muchas ventanas con postigos de madera, y una muy grande, provista
de vidrios, ostentando orgullosamente una cortina blanca. Como la casa tenía cuatro amas,
constaba también de cuatro secciones, incomunicadas entre sí, y a todas daban acceso sendas
puertas externas.
A la sombra de un cenador, por cuyo enrejado techo trepaba la vid, halló Juana a las
cuatro esposas de Brandt, en plática con el obispo Dyer. Eran todas excelentes matronas de
agradable aspecto, aproximadamente de la misma edad, y en aquel instante mostrábanse todo
menos graves. El obispo era un hombre alto, muy corpulento, de cabellos y barba grises y
ojos azules. Ahora su mirada era alegre, pero Juana conocía momentos en que no lo era, y
entonces temía a Dyer tanto como antaño a su propio padre.
Las mujeres la rodearon, dándole la bienvenida.
-Hija de Withersteen -dijo alegremente el obispo al cogerle la mano -, no has sido
pródiga en dejarte ver últimamente. ¡Un sábado sin que se te viera en el templo! Habré de
reprender a Tull.
-La culpa es mía, señor. Iré a veros y me confesaré -repuso Juana, como si no diera
importancia al asunto, aunque interiormente ardía.
-¡Así es como hacen los mormones el amor! -exclamó el obispo frotándose las manos-
. Tull te acapara.
-No. Tull no me hace la corte.
-¿Cómo? ¡El muy holgazán! Pues si no se da prisa, yo mismo iré a la mansión
Withersteen como pretendiente.
La ocurrencia del obispo promovió la risa de las mujeres, y así estuvieron cierto
tiempo diciendo frivolidades, terminando por hablar de algunos asuntos del pueblo. Después,
el obispo Dyer se despidió y Juana quedó a solas con su amiga Mary Brandt.
-Juana, estás cambiada. ¿Te entristece el robo de parte de tu ganado? Pero..., ¡si tienes
tanto, si eres tan rica!
Juana le abrió su pecho, le contó casi todo lo que había sucedido, pero nada dijo de
sus dudas v temores.
-¿Por qué no te casas con Tull y eres de las nuestras?
-¡Pero, Mary, si no le amo! -dijo Juana con obstinación.
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-No puedo reprochártelo. Sin embargo, Juana Withersteen, debes decidirte por el
amor de un hombre o por el de Dios. Nosotras, las mujeres mormonas, hemos de hacer eso
con frecuencia. No es fácil. La clase de felicidad que tú deseas yo misma la anhelé un día.
Nunca la alcancé. Todas hemos observado tu amistad con Venters, temblando y temiendo lo
peor. Tú no querrás verle ahorcado ni muerto a tiros, o que le ocurra algo más terrible aún,
como le sucedió a aquel joven gentil que hallaron haciendo el amor a una mormona de Glaze.
Cásate con Tull. Es tu deber, como mujer mormona. Como esposa suya no sentirás el
arrobamiento de las enamoradas, pero... ¡piensa en el Cielo! Sufre tu cruz, Juana. Las mor-
monas no se casan por lo que puedan hallar en la tierra. En el Cielo hallamos nuestra
recompensa. Recuerda que tu padre descubrió la Fuente Ambarina, edificó todas estas casas,
trajo aquí a los mormones y fue un padre para ellos. ¡Tú eres la hija de Withersteen!
Juana dejó a Mary Brandt y se fue a visitar a otras amigas. Todas la recibieron con la
misma alegre bienvenida que le dispensara aquélla, todas vertieron sobre ella el constreñido
cariño de las mujeres mormonas, y de todas se alejó Juana con los oídos llenos de Tull, [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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