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Obré mal no confiándoos mi secreto y lo siento. No creí haber obrado tan mal hasta el instante en que vine a
sentarme junto a vos en el taburete ayer por la noche; pero cuando pude leer en vuestro semblante que me
habíais visto paseando con Eduardo por la galería y comprendí lo que habíais llegado a pensar, me hice
cargo de lo atolondrada que estuve y la gravedad de mi error.
¡Pobre mujercita! ¡Cómo sollozaba aún! John quería estrecharla entre sus brazos; pero ella no lo permitió.
-¡No me améis aún, John! Cuando el próximo matrimonio me entristecía, era porque me acordaba de May
y de Eduardo, que se habían amado tanto durante su juventud, y porque sabía que el corazón de May estaba a
cien leguas de sentir amor por Tackleton. ¿Lo comprendéis ahora, verdad?
John iba a precipitarse hacia su mujer; pero Dot le detuvo aún.
-No; esperad un poco. Cuando bromeo, como lo suelo hacer algunas veces, John, llamándoos torpe, ganso
y dándoos otros nombres semejantes, es por el mismo amor que os tengo, John, y no querría cambiaros en un
átomo, aunque fuese para convertiros en el monarca más grande de la tierra.
-¡Bravo, bravísimo! -exclamó Caleb con desusado vigor-. Ésta es mi opinión.
-Y cuando hablo de personas de mediana edad, de personas maduras, John, y cuando pretendo que los dos
hacemos mala pareja, lo digo porque soy una criaturilla y por la misma razón que me hace jugar a damas;
sólo en broma y para reír un poco, creedme.
Bien conocía Dot que John iba a aproximarse de nuevo y le detuvo por tercera vez; pero bien próxima
estuvo a parar el golpe demasiado tarde.
-¡No, no me améis aún; dejadme un momento, John! Lo que deseo deciros sobre todo, lo he guardado
para el fin. Querido, bueno, generoso John, cuando hablábamos cierto día del grillo del hogar, sentí
mariposear junto a mis labios una confesión, que bien cerca estuvo de escaparse, y era que al principio no os
había amado tan entera y tiernamente como os amo ahora; que cuando vine por primera vez a esta casa temí
no llegar a amaros tanto como deseaba y como rogaba a Dios que me hiciese amaros; ¡era tan jovencita,
John! Pero, John, cada día, cada hora os he amado con más entusiasmo. Y si hubiera podido amaros más de
lo que os amo, las nobles palabras que os oí pronunciar esta mañana hubieran bastado para ello. Pero ya no
puedo amaros más. Toda la afección que en mí conservaba -y tenía mucha afección, John- os la he dado,
como merecéis, hace tiempo, mucho tiempo, y no puedo daros más. ¡Ahora, abrazadme, John mío! ¡Ésta es
mi casa, John, y no penséis jamás, jamás, en hacérmela abandonar para enviarme a otra!
Jamás sentiréis, al ver una mujer en brazos de su marido, el placer que hubierais experimentado al
contemplar a Dot corriendo hacia los brazos del mandadero. Fue la más completa, la más ingenua, la más
franca escena de ternura y emoción de que podáis ser testigos durante toda vuestra vida.
Podéis estar seguros de que John se hallaba en un estado de éxtasis indecible, así como también de que a
Dot le sucedía lo mismo, y de que todo el mundo se sentía felicísimo, incluso miss Slowboy, que lloraba de
alegría, y que, deseando hacer partícipe del cambio general de felicitaciones al chiquitín, le presentaba
sucesivamente, por riguroso turno, a cada uno de los asistentes, exactamente igual que si se hubiese tratado
de una bandeja de refrescos.
Pero un nuevo rumor de ruedas se oyó al exterior, y alguien gritó que Gruff y Tackleton volvía. Y en
seguida, el digno caballero apareció con el rostro inflamado y lleno de emoción.
-Veamos: ¿qué diablos ocurre, John Peerybingle? -preguntó al entrar-. Es preciso que haya algún error en
todo este asunto. He citado para la iglesia a la señora Tackleton, y juraría que nos hemos cruzado por el
camino, cuando ella venía hacia aquí. ¡Pero si está con vosotros! Os suplico que me dispenséis, caballero, no
tengo el honor de conoceros; pero por si queréis hacerme el favor de dejar en paz a esta señorita, os advierto
que tiene un compromiso formal para esta mañana.
-Pues no señor, no tengo el menor deseo de dejárosla -respondió Eduardo-. No pienso tal cosa.
-¿Qué queréis decir, vagabundo? -repuso Tackleton.
-Quiero decir -respondió sonriendo su interlocutor-, que os perdono vuestro mal humor, porque conozco
que estáis exasperado; por esta mañana permaneceré sordo a vuestras frases groseras, del mismo modo que
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Fallite fallentes - okłamujcie kłamiących. Owidiusz
Diligentia comparat divitias - pilność zestawia bogactwa. Cyceron
Daj mi właściwe słowo i odpowiedni akcent, a poruszę świat. Joseph Conrad
I brak precedensu jest precedensem. Stanisław Jerzy Lec (pierw. de Tusch - Letz, 1909-1966)
Ex ante - z przed; zanim; oparte na wcześniejszych założeniach.